Circus infernalis
Como a las puertas de “la Ley” de Kafka, un guardián le cerraba el paso. No le dijo que no lo iba a dejar entrar, sino todo lo que tenía que hacer para permitírselo: presentar certificados, actas, comprobantes, cartas, recibos, diplomas, títulos y cédulas. La astucia del guardián, que no era perro, sino cerdo, consistía en pedir sólo una cosa a la vez. Ese tortuoso e inútil proceso servía únicamente para mostrar que nadie podía decidir nada por sí mismo ni traspasar puerta alguna; ni los guardianes, ni los guardianes de los guardianes, ni siquiera el Guardián de los guardianes; y servía también para mostrar que lo único que hacía reales y verdaderos a los habitantes del lugar, eran los sellos de los guardianes, sin importar que alguien pudiera o no, supiera o no, opinara o no, sintiera o no. Cuando pasó al fin, había otra puerta y otro guardián.
2.4.09
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