9.1.09

Día 187. (090109)

El último de su especie

Un dragón no es lo que pensamos, sino algo más a nuestro alcance. Vuela, escupe fuego, es más grande que un elefante y más temible que cualquier depredador vivo; es lo que se sabe. Encontré a uno de ellos, de dos cabezas que no salían del mismo cuello, sino que estaban una a cada extremo del cuerpo; no tenía cola, por tanto, y de sus cuatro patas, cada par se orientaba en dirección a cada cabeza, de manera que cuando quería caminar, cada lado jalaba en una dirección distinta y así nunca le era posible avanzar. No tenía por cierto alas y la mayor parte de su lomo estaba hueco. Uno podía subirse en él y sentarse en su interior. Sus ojos miraban fijamente a lo alto, como dos bulbos saltones y alucinados. Inmóvil y silencioso sólo le restaba esperar la noche para empezar a balancearse de un lado hacia otro ya que caminar, como queda visto, no podía. Estaba rodeado por otros juegos de feria, como el carrusel y la rueda de la fortuna, y decían que por cinco pesos te podías subir en él. Su color verde fosforecía en la oscuridad.