14.1.09

Día 192. (140109)

Parábola del cobarde valiente

El profeta Oseas en la plaza pública, rodeado de niños y otros curiosos que se detienen a escucharlo, dice: el cobarde llegó hasta donde vivía, solitario, el renegado temido y sin amigos. Antes de saber qué hacer, ya que estaba ahí, oyó la voz de trueno del hombre: “¿Quién osa acercarse a dónde yo vivo?”. Y, y, y, yo, dijo el cobarde, haciendo sonar la “y” como una “ll”. “Y qué cosa quieres que osas acercarte a mí?”, dijo enfurecido el otro, asomando al portal de su tosca vivienda de troncos macizos. “N. N. N. ada... yo...”, contestó el otro petrificado y tembloroso, con la voz rota. “¡Entonces largo de aquí!”, gritó el otro, “¡si aprecias tu mísera vida!” (Era muy alto y corpulento, de cabellera y barba negras y tupidas). El cobarde estuvo a punto de correr, pero lo que necesitaba le era tan urgente que resistió su impulso, casi desfalleciendo. “Quiero...” dijo con una voz que tiraba palabras temblorosas al suelo, “quiero que... bueno, que me permitas (casi sollozaba mientras hablaba) “beber un... poco, ¡sólo un poco!”, se diculpó, “de, de, de, tu, tu tu...” “¿De mi infusión que da el valor a los hombres?”, le contestó ofendido y bronco el casi gigante. “S, s, s, s, s, sssí”, tartamudeó el cobarde, y comenzó a elaborar una disculpa y a hablar de precios. “Calla”, amenazó el otro, y avanzó hacia él con pasos de pesado animal blindado. El cobarde retrocedió y se sostuvo apenas de pie gracias a que encontró el respaldo de un árbol reseco. Apenas pudo hacer un miedoso ademán afirmativo con la cabeza, mientras mostraba una bolsa con monedas. El renegado las arrojó de sí de un manotazo. “Ven entonces”, le dijo amenazadoramente, y se lo llevó con su manaza puesta en su hombro. “Esta es” le mostró un cuenco. “Bébela”, le ordenó y empujó su cabeza hacia el cuenco. Casi ahogándose, el cobarde bebió unos tragos como pudo. Se quedó expectante. “¿Qué?”, preguntó ásperamente el renegado. “Na, na, nada, na, na... es que, es que na, nada, yo, es que... ¡aún tengo miedo!”. El otro se carcajeó salvajamente en su cara. “Ya, largo de aquí”, le dijo, “que la infusión no tiene nada, son historia estúpidas de los viejos del pueblo, que ya eres valiente, si no ¿por qué sigues aquí después de todo, bajo mi techo y junto a mis gritos?