2.3.09

Día 239. (020309)

Pesca en la ciudad

No hay lugares de pesca en la ciudad, claro. A lo mejor, tal vez, las presas del estudiante, en la afueras, si es que aún hay peces y si es que los dejan pescar. En el Parque de las canteras hay un pequeño lago artificial y sí hay peces, más o menos grandes, y gordos. Vistos desde arriba parecen bagres, manchas oscuras que se mueven en la misma dirección al mismo tiempo, pero está prohibido pescarlos. No queda más que pescar pájaros, que hay muchos, pensó en la azotea de su casa y echó su papalote al vuelo aprovechando los vientos de febrero y marzo. El papalote desapareció en una parte del cielo, como si hubiera entrado en agua, y comenzó a forcejear en todo parecido a un pez que hubiera picado. Soltó sedal (había leído El viejo y el mar, de Hemingway y se daba una idea). Lentamente comenzó a exigirle a la presa y la fue bajando. Cuando tuvo el papalote en las manos encontró los rastros de la lucha por soltarse (unos arañazos, el sedal carcomido, unas manchitas de sangre, el anzuelo desaparecido), no plumas, y escamas menos, sino unos sedosos mechones como hilos dorados.