30.3.09

Día 267. (300309)

Manual del suicida

Le daban vértigo las alturas. Volarse los sesos con una arma... no sabía usar armas. Podría tomar un curso de entrenamiento, sí, pero pensaba que era algo ya demasiado patológico. Aventarse al paso del metro, o en una vía de alta velocidad, tampoco: no soportaba la idea de verse despedazado. Ahorcarse era quizá un método más accesible, pero si fallaba en el tirón adecuado tendría una agonía lenta y angustiosa. Irse a un lugar helado, la Columbia Británica o Alaska en invierno y dejarse morir de aletargamiento y frío el parecía ya más romántico y sereno, con la vista del bosque alrededor suyo o allá abajo, en las laderas de la cumbre de una montaña, pero no tenía el dinero para el viaje. Por último se decidió por las pastillas, una sobredosis de pastillas para dormir, quedarse dormido y ya no despertar. Se detuvo al último momento porque temió que el sueño previo fuera una pesadilla, así que desistió y siguió ocupándose de pensar en otras posibilidades para acabar consigo.

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