6.7.08

Día 11

Issstemanía

Por si fuera poco estar enfermo —o en el mejor de los casos sufrir alguna mera disfunción—, cuando un paciente llega a una consulta de especialidades, tiene que convertirse en un agudo oído del reino animal para escuchar que avientan a gritos su nombre entre la confusión de algarabía de pájaros alrededor; tiene que convertirse en hongo aguardando el turno de una cita en especialidades; tiene que convertirse otro largo rato en estaca haciendo cola para la cita de la siguiente vez, dentro de varios meses, y luego pasar a la ventanilla de laboratorio para solicitar estudios, dentro de otros tantos meses; y tiene que convertirse un poco en perro callejero para tolerar con timidez las reconvenciones y las puntillosas precisiones de trámites contradictorios, de ventanillas sin gente. Hay que asumir, que todo paciente es una colección de errores de procedimientos burocráticos, y que ninguna previsión es capaz de cubrir todos los caprichos con que los burócratas se vigilan a sí mismos para que todo funcione tan correctamente que los usuarios siempre se encuentren con al menos alguna clase de tropiezo, contratiempo o maltrato. A veces alguno pasa, milagrosamente sin rasguño, como un contorsionista entre un zarzal de espinas. Si después de todo esto el paciente recupera su forma humana, aún es posible que incluso ni siquiera mejore, o más raro aún, que incluso mejore, si antes de eso sobrevive.

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