6.7.08

Día 9

Hambre

Las ventanas profundas de la Biblioteca Burgoa que dan a la plaza del exconvento de Santo Domingo los miraban besarse en la oscuridad de un rincón. Se besaban, se besaban labial, lingual, palatal, velal, dental, tan largamente, licuándose en saliva tibia, lenguas nadándose por dentro, lejos en el otro, vasos comunicantes igualando sus niveles, esponjas, picos de colibrí en las flores, profundidades dulces, una luz caliente en el corazón oscurecido mientras ella sin saberlo crece un poco, su pelo se acorta, sus pechos regresan al plano de su torso, aparece vello áspero en su cara, su jadeo enronquece mientras él se encoge un poco y su sexo cambia con sensaciones nuevas, sus ojos crecen, sus manos se hacen otras, la ropa misma transmigra y cuando al fin se separan la transfusión ha terminado, y el que era él ahora es ella y ya acaba de vaciarse ella a él; y no lo notan. Han olvidado dónde termina uno y comienza el otro. Cuando se separan él que es ella se va a casa de ella y ella que es él a la de él. Sus gentes saben que ya no son los mismos, pero no hay nada que hacer. Les pasan un huevo de gallina por encima, recorriéndolos, y con eso acaban de caer en el cuerpo del otro y se quedan tan satisfechos con eso que los dos duermen con la felicidad de los bebés, al menos, mientras no vuelvan a tener hambre.

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